viernes, 1 de enero de 2010

Ciclos ciclosofales

Va pasando la madrugada entre las tres caladas. Inmenso en el cuarto pequeño. Prendo otro pitillo. Volteas, haces un gemido gatuno y sonríes. ¿Acaso la vida que ha pasado la he vivido estáticamente? Creer en el fijismo. Caer en la extraña manía de prender un cigarrillo en un cuarto con una vela. Te medio arreglas. Te intento volver a desnudar. El atrio está vacío.

Cuando sales, dibujas una silueta contononeada entre las volutas de humo. Te vas a los brazos de otro. De un chimpancé con manías bárbaras que jamás surcará con tal agrado la piel que es fuego. La insensibilidad me ha ido mordisqueando. Encontrar para perder. Destruir para crear.

Así doy la última fumada al primer rayo del día. Me voy desmembrando, carcomiendo con las ideas de que fueses mía. No como un objeto, sino como un instante de entrega desaforada.

El cuarto se hace cada vez más chiquito, cada vez más real. Las manchas de café, las colillas, las bachas y las gotas de alcohol huyen presurosas al inundarse de luz. No tienen a dónde ir, igual que yo.

Los recuerdos que me mantenían cautivo se borran. Inicia ese proceso de olvidar lo que es desearte, entrelazar nuestras manos, el sabor de tus labios, la tersa textura desmoronada de tu piel .

Andamos solos creyendo en instantes que no es así. Morimos solos entre patos almohada y caras de asombro exageradas. En el cuarto de al lado una pareja comienza el mismo ciclo. Para atrás, para adelante, una extraña cadena que nos une a un cambio incesante.

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