martes, 22 de marzo de 2011

Una mañana pubescente

Siempre me pasan cosas raras. Y siempre la gente dice que le pasan cosas increíbles. Todos quieren hacerse los interesantes. Pero de verdad a mí siempre me pasan cosas extrañas. ¿No me crees? ¿Crees que exagero? ¿Crees que te hablaré de cómo me volví compañero de borracheras del Papa? ¿Crees que acabaré contándote cómo me lo monte por más de tres horas y me vine en la hora más sacrosanta de la mañana? Na.

Mi historia es simple, pero es rara. ¿Sigues sin creerme? ¿Crees que acabaré narrando el encuentro con el fantasma de mis abuelos mientras monto al Papa?  Na. La verdad empiezo a dudar de lo anormal de mi historia. Seguro a mil les ha pasado.  Está bien. Mi historia no es tan genial.  Es una experiencia bucal. Y no se la mamé a ninguna santidad ni a ningún fantasma. No tiene que ver mucho con la pedofilia eclesiástica, o tal vez sí.  

Lamentablemente no sé si sufro de la memoria. Como no convivo con la gente mucho tiempo nadie lo ha notado. Como sea. Mi historia puede que hasta sea normal. Tal vez la has experimentado más de una vez. Probablemente desde los tiempo más arcaicos a la gente le pasaba, de forma cotidiana, una o dos veces por semana.

Pues, en la mañana de hoy abrí los ojos, cosa rara. Volteo y no veo más que el silencio. Al ir bostezando me doy cuenta que en mi boca hay algo extraño. En mi cachete derecho se alojaba algo que jamás había sentido. Era la sensación que te dejan los pelos de una muchacha entre los diente cuando le haces sexo oral, pero con una intensidad mayor y más extendida. Poco a poco fui moviendo los músculos bucales. Contrayéndolos intente sacar lo que ahí se alojaba. No pude conseguirlo. Quise usar mis dedos, pero su dureza compacta y tamaño no me lo permitieron. Desprendí un poco de su materia. Entre mis dedos, anidados, un gran número de pelos púbicos decolorados. Por Dios, ¿qué he hecho?