miércoles, 25 de noviembre de 2009

La química de la torcida

Embutido como un vidrio te va desangrando tan lento que el caracol bosteza. De improviso, incrustado en un juego de poder al cual nunca accediste y ya no te niegas, aunque disimulas. Piensas en algo que aligere la condena taciturna. Vivir sin sentido, creer que lo tiene. Sin sentido devorar los manantiales de flores. Rollizo proceso que dentro de poco se vuelve un hueso.

Así es como siempre acabamos solos, inhumanos, tirados egoístas. Todos con un narciso dentro, que sin ser bello o fello, trastorna nuestra relación con el medio. Habrá que buscar lo estético en… Pero ya bajo la seguridad de la soledad. Esa que permite cerrar los ojos y decir buenas noches espejo. Aquella que derrumba la madre de todas la gamias, que convierte la oscuridad en ungüento.

Con la soledad supuestamente propia van desfilando los anfibios vestidos de frac. Matas un par, tal vez más. Nos convertimos en asesinos silenciosos. Buen día arañita, te maté. Buenas tardes hormiguita, te aplasté. Buenas noches zancudito, disculpe usted. Buenos días pollito que he machacado. Buenas tardes charalito que he asfixiado. Buenas noches patito que el arroz crudo y no molido ha enpescuezado. Mmm… qué rico bistec le sacaron a esa vaca obviamente acuchillada, degollada, tasajeada.

Dentro del reduccionismo metabólico nos vemos engulle que engulle. Transformando todo y todo transformándonos. Siendo a través del intestino y las glándulas. Esclavos de nuestra boca, de nuestra bilis, de nuestra mierda. No somos más que un producto químico desvaneciéndose a través del tiempo, intentando limpiar con un pañuelo las mejillas marchitas del aforismo entrópico.

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