domingo, 3 de enero de 2010

La cantina

Desplazándome a través de la vorágine voy construyendo la obra. Una que coloca mis ojos en el cielo. Que permite escurrir las imágenes que van formando la película que sólo yo veo. Ahí van caminando, todos viviendo su film noir.

La dirección permite tantas contracciones estéticas que un segundo puede ser abrumador. ¡Acción!, entras a la cantina. La vida es un coctel que es agitado para mezclarse y ser tomado. Hay quien se toma todo de un trago. Hay quienes necesitan más de uno. Quien intenta que dure una eternidad terminará con un sorbo caliente, insípido y ceniciento.

Los tragos que veo desde este vaso son obtusos y aveces rojizos. Me preguntó un lerdo en tono pendenciero ¿por qué en este bar no hay mesero ni cantinero? El suelo embadurnado con saliva, con gotas de sudor que alimentan el ensueño. Una luz tenue nos embriaga. Una mirada se escapa, otra te atrapa. Derrumbado por la mañana sólo tengo entre los dedos la sensación del recuerdo. El vaso está lejos, vacío y roto.

viernes, 1 de enero de 2010

El manifiesto de la sombra vaga

¿Quién dijo que la balanza debía estar equilibrada?

Nuevamente lo quijotesco me empapa. Esa ligera línea que separa los sueños de la realidad es absurda. Estas quimeras son espejismos reales.

El desequilibrio de buena parte de mi generación es el sedentarismo. Una supuesta emancipación de información que rotundamente nos termina enajenando. Así, la única forma de hacer que estos medios no se vuelvan más que imágenes oníricas libres de nuestra razón, intuición y voluntad, es atentar contra los mismos por ser un fenómeno cultural. Propongo dinamitar estos medios. Desgarrar palabras, notas, trazos o números hasta oír su extraño trino. Husmear en todos los formatos sin el objetivo de dominar un tema. Una vez encontrado el tópico donde, al menos, uno cree que tiene capacidad de desarrollarse con soltura, hacerlo hasta sus últimas consecuencias. Más allá de la vía, el sentido es destruirnos para emular el curso del fénix.

Ciclos ciclosofales

Va pasando la madrugada entre las tres caladas. Inmenso en el cuarto pequeño. Prendo otro pitillo. Volteas, haces un gemido gatuno y sonríes. ¿Acaso la vida que ha pasado la he vivido estáticamente? Creer en el fijismo. Caer en la extraña manía de prender un cigarrillo en un cuarto con una vela. Te medio arreglas. Te intento volver a desnudar. El atrio está vacío.

Cuando sales, dibujas una silueta contononeada entre las volutas de humo. Te vas a los brazos de otro. De un chimpancé con manías bárbaras que jamás surcará con tal agrado la piel que es fuego. La insensibilidad me ha ido mordisqueando. Encontrar para perder. Destruir para crear.

Así doy la última fumada al primer rayo del día. Me voy desmembrando, carcomiendo con las ideas de que fueses mía. No como un objeto, sino como un instante de entrega desaforada.

El cuarto se hace cada vez más chiquito, cada vez más real. Las manchas de café, las colillas, las bachas y las gotas de alcohol huyen presurosas al inundarse de luz. No tienen a dónde ir, igual que yo.

Los recuerdos que me mantenían cautivo se borran. Inicia ese proceso de olvidar lo que es desearte, entrelazar nuestras manos, el sabor de tus labios, la tersa textura desmoronada de tu piel .

Andamos solos creyendo en instantes que no es así. Morimos solos entre patos almohada y caras de asombro exageradas. En el cuarto de al lado una pareja comienza el mismo ciclo. Para atrás, para adelante, una extraña cadena que nos une a un cambio incesante.