miércoles, 24 de febrero de 2010

Sigue sacerdote

(A la memoria de Maciel)

Entre cielos nublados cae un chupete
Abre la boquita
Yom yom

De la tierra brota fálicamente la maldad
Siéntese

Corre el niño sin calzones
Corre el hombre con moral

Corre,
voltea
tropieza
cae
Te atrapé

Niño dame tu pan
Niña dame tus ojos
Niño dame tu niña
Niña dame tus chones
Niño, toma

El adalid elidió
cogiendose un par de angelitos
clavados en una cruz

martes, 16 de febrero de 2010

Zooilógico

Me encerraron. Fue la cara de chango o las piernas de jirafa o los ojos de sapo. Acaso una princesa dará un beso para convertirme en esclavo. Me llevaron al zoológico.

Indicaron que sonriera, que diera marometas, que fornicara para el público. Me espulgaron, dieron una palmadita en la espalda y dijeron pasé usted. Abrieron la reja, bonita montaña de polvo. Dos semanas después era la estrella del show enjaulado.

Un día di tres maromas, escupí en el maní que dos señoras devoraban, comí cinco mangos, follé dos hembras y un macho. Esa noche dormí profundo. Sentía que la vida por fin tenía sentido. Dormí plácido. Uno de los mangos estaba muy verde.

Me despertó un dolor estomacal. Caí en cuenta que había luz y que, por la posición del calabozo, nunca vería el amanecer y sus nubes tornasol ni el ocaso remojado en cielos compota. Entristecí un poco.

A dar tiempo al tiempo. Me recosté. Esperar las caras gordas, las expresiones de admiración, las sonrisas burlonas, los gritos afónicos, los mangos verdes, la muerte azucarada.

sábado, 6 de febrero de 2010

La máquina vieja


El maquinista viene lavando un camino pesado, vago. La risa lo contiene. La máquina se para. Agarrando su gorrito, salta de la máquina y presuroso se interna en la oscuridad del bosque.

Dónde las luciérnagas van dibujando trayectorias apócrifas que se borran en un boquete de tierra orinado, ahí el ano se aprieta. El olor es embriagador. La mierda se escapa y de un soplo se escucha un glup. Salud.

Regresa presuroso. Todo vuelve a tener sentido. Echa a andar la maquinaria. Entonces retoma el papel donde escribía esa bella carta para su amada que ya con otro estaba. Sus vocablos intentan hilar estructuras gramaticales que dieran sentido a algo más elevado. Una sensación de moralidad, de espiritualidad, de confusión mental, de amor conglomerado.

De millones de palabras acabamos sólo con algunas.
De mil posibles vidas malbaratamos sólo una.
De tantos finales buenos acabamos con el peor.