sábado, 6 de febrero de 2010

La máquina vieja


El maquinista viene lavando un camino pesado, vago. La risa lo contiene. La máquina se para. Agarrando su gorrito, salta de la máquina y presuroso se interna en la oscuridad del bosque.

Dónde las luciérnagas van dibujando trayectorias apócrifas que se borran en un boquete de tierra orinado, ahí el ano se aprieta. El olor es embriagador. La mierda se escapa y de un soplo se escucha un glup. Salud.

Regresa presuroso. Todo vuelve a tener sentido. Echa a andar la maquinaria. Entonces retoma el papel donde escribía esa bella carta para su amada que ya con otro estaba. Sus vocablos intentan hilar estructuras gramaticales que dieran sentido a algo más elevado. Una sensación de moralidad, de espiritualidad, de confusión mental, de amor conglomerado.

De millones de palabras acabamos sólo con algunas.
De mil posibles vidas malbaratamos sólo una.
De tantos finales buenos acabamos con el peor.

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