jueves, 14 de abril de 2011

Calles

Cántaros incontenibles se deslizan a través de la inocencia. Las paredes se desmoronan dejando un olor dulzón y quemado. ¿Acaso los transeúntes notarán algo cuando uno camina pensando en las mil posibilidades de la palabra? El sopor de las avenidas transitadas se eleva hasta los párpados. Me viste de cerca. ¿Acaso notaste mi presencia? Escucho que los ojos perdidos intentan encontrarse con otros. ¿Encontraremos ahí  el vacío de los cuerpos? Las mil y un condenas no son más que espermas suicidas, óvulos condenados a la horca. Pasan los días, las noches se quedan un rato, no más. Los sueños escapan entre mis uñas desgarradas. Intentando encontrar un rinconcito cómodo, placebo. No hay tal. No hay lugar para descansar. Sólo seguir adelante en este geoide imparable. Moviéndonos a velocidades insospechadas. Surcamos los suspiros del universo. Olemos el vaho que se desprende de las estrellas… intentamos tomarlas por las nalgas y nuestras yemas quedan tostadas. ¿Para qué esa tentativa vana de aprisionar lo fortuito? Vagabundos de la única realidad plausible, la que nos traga y devora transformándonos sin cesar. Intento buscar aunque sea una señal estática y cuando lo hago ya se ha borrado. Ahí estamos todos parados en la orillita del infinito sin dar el salto para perdernos en... Extraviados desde el principio en ideas masticadas. Nos venden nuestra forma de ser y muchos la compran a un precio demasiado caro. Otros la buscamos gratuita. No en la admiración o desprecio de algunos. Sino en el silencio de los incontables.

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