domingo, 11 de abril de 2010

La bebida esquizoide

Borracheando un día que parece viernes me tropiezo con una botella. La garrafa parece antigua. Busco en algún lugar la gradación alcohólica. No la encuentro, eh. La lógica me lleva a probarla. Glup glup. El sabor es un poco añejo, un tanto amargo.

Cuando voy a dar el tercer trago una voz suena muy bajito pero estridente. Me detengo. Ah chinga… Volteo, no veo nada. Chale, ni estoy pedo y ya oigo voces. Debo armarme de fuerza para beber a pesar del aumento en sonoridad y desgarró. Ya no fumaré tan temprano que luego luego ya ando todo pasoneado. Trago largo. Cof cof cof. Qué mierrr… Cof cof.

Ahora no puedo hablar, cof cof. Sólo mi voz en la cabeza. Tranquilízate. ¿Qué chingados pasa? !Qué es esta mierda¡ Meto mi dedo al fondo de la garganta. ¿Qué es esto? Saco, pequeñito y negro, un zapatito con una elegante agujeta. Un escalofrío invade mi cuerpo.

Intento sacar el objeto o la cosa que ahí se atora. No puedo a pesar de mis esfuerzos. Lo más que pude fue distinguir dos piernitas que ahí se unen pequeñitas, diminutas. Ya los dos piecitos sin zapato y el dedo escudriñando. Mierda. Qué carajo pasa. ¿Me estoy comiendo un muñeco desfigurado, un pequeño enano o un sapo muy refinado? La desesperación comienza a invadirme.

De pronto recuerdo que algo similar me había pasado. Una vez en la nariz cuando fumando estaba y una en la oreja cuando me rascaba. !Ah claro¡, pus si se atoran segudido estos cabrones.

Saqué al geniecillo de la mona maravillosa. Buenas tardes señor duende. Aquí están sus zapatitos. Es el tercero que conozco. Disculpe usted. A veces cuando voy para sus lares se me olvida de dónde soy y los invito a pasar. La verdad es que me he querido quedar a vivir en su patria. Todo es raro ahí, tanto como yo. La gente no cree que exista un lugar así. Creen que lo que ven es todo. ¿Señor duende me está oyendo?


El pequeño ente está tumbado, recargado en la pared. Lo veo y me recuerdo tirado hasta las manitas de borracho, de pacheco, de chemo. El duende se reincorpora. Se voltea y ve directo mis ojos. Se sube a la botella y dice que me acerque. Al oído susurra con una voz embriagada: “perdón por traerte aquí, es que ando bien puesto”. Agarra de mi mano un cacho de mona, se da un pase y entra a la botella. A veces me pregunto si soy el que los ha traído o son los que me han llevado

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